Cada persona ora con varias hojas de coca; éstas son ofrecidas a la madre-tierra que regala la vida...
En regiones andinas (de Peru y Bolivia) la población tiene varios modos de regenerar la vida. Con esfuerzos comunales, y recursos limitados, el mundo es transformado. Sobresale la breve ch´alla (libación en cada ocasión especial) y la más elaborada y bella Waxt´a o Ayta en la Madre Tierra. Al participar en estas ceremonias se siente que el universo (invocado como Pachamama) es venerado, amado, reconfigurado. La ofrenda es llevada a cabo con respeto, gratitud, alegría. Sentimos expectativas de vivir bien, y así nos damos el abrazo de “buena hora”.
“La ch´alla… es vivida no sólo en comunidades indígenas o áreas periurbanas de las ciudades, sino que se la vive y siente en casi todas las esferas sociales… porque el ser humano no es ingrato ante tantos favores recibidos de la Pachamama… el dar y recibir en la ch´alla es un verdadero compromiso de vida, de preservar esa unión de encuentro, de no alejarse unos de otros, sino de continuar fortaleciendo esos lazos de reciprocidad”[1].
El Despacho o Mesa construye relaciones, con mediaciones de dulce, licor, hojas de coca, conversación, música, silencio. Cada persona ora con varias hojas de coca; éstas son ofrecidas a la madre-tierra que regala la vida. Es un compartir cordial, fascinante. Quienes presiden los rituales invocan espacios sagrados y deidades que sostienen a la humanidad. En el abrazo de reconciliación se vuelven a entretejer lazos sociales y a sintonizar con la fuente transcendente. El reposo y el rezar, la amable conversación y el humor festivo, caracterizan una la fe que acaricia y que regenera.

La veneración a la tierra es correlativa y transcendente, y es ejercida mancomunadamente por el varón y la mujer, y por la comunidad al constituirse en círculo en torno a la Waxt´a. Somos convocados por la espiritualidad andina y por símbolos cristianos. Como han dicho Domingo Llanque, Xavier Albó, Calixto Quispe: “la tierra es el nido de la vida. Por eso la cuidamos haciéndola descansar de tres hasta siete años. Es como una madre y tal como a la mujer embarazada se la respeta, se la cuida y protege, así se cuida también a la tierra que da frutos para que el ser humano pueda vivir… Los ritos son los momentos sagrados de comunión o convivencia entre los humanos y los difuntos, las fuerzas de la naturaleza y los habitantes del mundo sobrenatural”[2].
Se trata pues de celebrar en el universo donde la humanidad es huésped. No somos propietarios. Nos cabe cuidar, y, ser cuidados. Esto no se reduce a emociones entre individuos ni a antropocentrismos. Más bien es una relacionalidad concreta y cósmica, subjetiva y comunal, universal y preñada de misterio. Ello también se plasma en hondos mestizajes en las fiestas religiosas andinas, en que la ofrenda a Pachamama y la invocación de antepasados/as va de la mano con el culto a imágenes cristianas.
En los escenarios mestizos, la cosmovisión tiene rasgos ancestrales y modernos. En el caso de la región altiplánica, su sabiduría conlleva trasladarse entre visiones contrapuestas y asumir paradojas. El estudio de Hilvert Timmer (en zonas de La Paz) explica una “percepción paradójica” ya que “el emigrante sabe hacer una combinación de la tradición con los modelos de conducta y visiones modernas”[3]. Esto es constatado en procesos socio-políticos andinos, y también en el modo como se forjan parejas y grupos familiares entre personas de diversos mundos.
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Diego Irarrazaval. 1981-2004 coordinador del Instituto de Estudios Aymaras (Chucuito, Peru). 2004-2020 vicario parroquial (Santiago, Chile).
[1] Pedro Mamani, Daysi Ramos, Cosmovisión Andina, Cochabamba: Verbo Divino, 2013, 51-52. [2] Domingo Llanque, Vida y Teologia Andina, Cuzco: CBC, 2004, 84. [3] Hilvert Timmer, Cosmologia andina. Sabiduría indígena boliviana en encuentro con la ciudad. La Paz: ISEAT, 2011, 337, 346.
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